Elegir la Presencia sobre la Perfección

El otro día, una amiga querida me compartió unas palabras que me llegaron tan profundo que sentí un escalofrío bonito recorrer todo mi cuerpo. Fue ese tipo de recordatorio que te hace querer llorar, no de tristeza, sino de gratitud y reconocimiento.

Pensé en mis hijos. April, que ahora anda en su mundo de adolescente, y el pequeño Andy, que todavía está muy chiquito para entender todo. Tal vez hoy no vean ni comprendan lo mucho que los amo. Pero algún día espero que lo hagan, simplemente al observar la manera en que he elegido vivir mi vida frente a ellos.

Recuerdo que una colega me decía que casi no veía a sus hijos porque estaba dedicada a sacar su doctorado. Y la admiré mucho, hay algo muy valioso en ser tan entregada a lo académico, en darles a los hijos ese ejemplo de disciplina, resiliencia y éxito. Hay poder en mostrarles cómo perseguir grandes sueños y alcanzar logros que abren puertas.

Pero para mí, el camino es distinto. Prefiero tener menos y estar presente. Quiero disfrutar a mis hijos, vivir plenamente con ellos, reírme de las cosas simples y estar ahí en los momentos pequeños que son los que más cuentan. No quiero resentir el precio de perseguir más dinero o prestigio a cambio de perderme su infancia.

Claro que tengo metas, sueños y ambiciones. Y confío en el tiempo de Dios, que las alcanzaré cuando sea el momento perfecto, no cuando yo quiera forzarlo. Esa fe me da paz.

Así que me repito: quizá no lo tenga “todo” según lo que dicta la sociedad, pero sí tengo alegría. Tengo amor. Tengo presencia. Y eso, para mí, vale más que cualquier otra cosa.

A mis amigas y a mi comunidad: gracias por hablarme con el corazón, por recordarme quién soy cuando me pierdo en la comparación o la duda. Sigan diciéndome cuando la voy regando, y yo haré lo mismo con ustedes. Porque ser auténtica, estar con los pies en la tierra y ser presente… ese es el tipo de chingona que yo quiero ser.

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